martes, 20 de abril de 2010

España 0-2 Inglaterra (26/03/1980) Camp Nou

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Arconada evita una derrota humillante

Inglaterra superó en todo a una roma selección de Kubala

JULIAN GARCIA CANDAU ENVIADO ESPECIAL, - Barcelona - 27/03/1980


El día de San Isidro de 1929 España logró una de sus mejores victorias futbolísticas, al batir a los entonces invencibles ingleses. Ayer, festividad de los santos Braulio, Lucario, Cástulo, Sicario, Deodosio, Manuel y Marciano solamente hubo intercesión por Arconada, el jugador gracias al cual España solamente recibió una derrota no humillante. Inglaterra, que no pasó de realizar un buen entrenamiento, superó en todos los sentidos a esa roma selección que prepara Kubala. En los últimos encuentros internacionales mínimamente decorosos, España marcó dos goles de penalti. Ayer, ni eso.Kubala hizo un equipo ultradefensivo, con cinco hombres destinados a perseguir a sus contrarios y sin otro objetivo que no fuera evitar los goles. Migueli, Uría, Guisasola y Saura se olvidaron de cualquier misión que no fuera la de vigilar a los Keegan, Francis y Wilkins y como, por otra parte, aún quedaban detrás Urquiaga, Alexanco y Gordillo, forzosamente quedó imposibilitada cualquier ocasión de crear un juego decoroso.

Como se barruntaba desde el día anterior, la selección española no contó con ningún hombre creador en el centro del campo. Sin nadie capaz de dirigir el juego, los atacantes quedaron inhabilitados en todo momento. Inglaterra se apoderó del terreno de juego a base de un fútbol que forzosamente tuvo que agradar a los espectadores, porque no tiene nada que ver con el que actualmente vemos en los campos españoles. El fútbol español está adocenado y, además, a nivel de selección carece de una dirección coherente. Si a lo poco que tenemos le restamos la posibilidad de que alguien con cabeza intente hacer funcionar cuatro ideas es evidente que cada día iremos a menos. Kubala cada día se embarulla más. Cada día cambia de selección, no tiene criterio y de cuando en cuando se saca de la manga el concurso de jugadores cuya capacidad es más que mediana. Y sí parece haber más cera que la que arde, o al menos para sacarle más provecho.

Inglaterra, desde el comienzo, funcionó a base de entregar el balón con rapidez a los espacios libres y, sobre todo, moviéndose con celeridad tanto en el ataque como en la defensa. Los relevos de los jugadores británicos eran instantáneos. Jugaban repentizando, pero como sabiendo por dónde iba a moverse el compañero. La impotencia española recurrió, sobre todo en el segundo período, a un juego sucio, única fórmula capaz de parar los ataques ingleses.

La diferencia fundamental entre ambas selecciones radicó en los cambios sobre la marcha, en el ritmo adecuado para cada jugada y en el control de las partes claves del terreno. Así, cuando atacaba España no había espacios libres por los que penetrar. Los continuos pases horizontales y la obsesión de penetrar por el centro del campo permitían a los ingleses taponar huecos con toda tranquilidad. No ocurría lo propio en el área española, porque el contragolpe británico se realizaba con toda rapidez y por el lugar más idóneo, que era siempre aquel que estaba desguarnecido. Los ingleses, que centraron todos sus ataques en Francis, Keegan, Kennedy y Woodcock, se encontraban perfectamente apoyados por Coopell, Wilkins y hasta los laterales, que subían sin que Juanito y Dani les siguiesen. Por parte española, en el primer tiempo, a los tres atacantes solamente les llegó el refuerzo de Saura y Gordillo, y en el segundo ni siquiera eso. Unicamente los diez primeros minutos del segundo tiempo fueron de ataques más vivos por parte española, pero a continuación los ingleses volvieron a controlar el juego y a ¡in poner su ritmo.

España se salvó de un gran desastre gracias a Arconada, que supo estar siempre bien colocado, que supo salir en el momento oportuno para cubrir los fallos de los defensas y que si recibió dos goles fue porque nada pudo hacer para evitarlos, ya que se encontraba vendido. España fracasó de nuevo a nivel internacional. Cada vez se va a peor, pero nadie pone remedio al hecho. No existe la mínima dirección.

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